jueves, 31 de enero de 2013

Economía - ¿ Como mover el dinero sin moverlo ?


¿ Como mover el dinero sin moverlo ?

Alejandro José Huergo Lora 


 Gao Ping y el retorno a la Edad Media

  Tanto los sucesos relacionados con la «mafia china» de Gao Ping como la desarticulación de otras redes de blanqueo de dinero han puesto de actualidad la existencia de procedimientos de transferencia de fondos que escapan al control de las autoridades, haciendo posible tanto la evasión fiscal como la financiación de actividades terroristas (caso de Al Qaeda) o el blanqueo de dinero procedente del tráfico de drogas o de otros delitos.

El funcionamiento de todas esas redes es, en realidad, bien simple. En lugar de mover el dinero mediante transferencias bancarias (es decir, apuntes contables apoyados en redes informáticas, en los que el dinero se traslada instantáneamente) o a través del puro y simple acarreo de billetes, que sería demasiado complicado para las cantidades y las distancias que se manejan, los miembros de la red lo mueven sin moverlo. Para ello necesitan dos cosas: personas situadas en el punto de origen y en el de destino y unidas entre sí por una relación de confianza, y tráfico económico en ambas direcciones. Si concurren esos dos requisitos, cada uno de los puntos de la red recoge el dinero que se quiere enviar al otro lado y se limita a compensar unas órdenes con otras, de modo que el agente en Madrid utiliza los billetes que se quieren transferir a Pekín para pagar las transferencias que se hacen desde Pekín a Madrid, y el agente en Pekín paga las transferencias que se hacen desde Madrid, y que él tiene que abonar a sus destinatarios, con el dinero que se quiere transferir desde Pekín. De esta forma no se produce ningún movimiento bancario entre Madrid y Pekín que pueda quedar registrado y ser comunicado a algún servicio tributario o policial, y tampoco hay movimiento físico de billetes entre las dos ciudades, con el riesgo de que sean descubiertos. Naturalmente, para que el sistema funcione es preciso que exista demanda en ambos puntos, puesto que si todos los clientes quisieran mover su dinero de Madrid a Pekín, pronto el agente de Pekín se quedaría sin fondos. En este caso parece que se juntan, como dice el refrán, el hambre y las ganas de comer, puesto que hay chinos que han acumulado en España grandes cantidades de dinero negro que quieren repatriar, mientras que determinados ciudadanos españoles, que tienen dinero depositado en China o en otros países, quieren repatriarlo de forma discreta para vivir de él ante el parón de las actividades lucrativas de las que hasta ahora venían obteniendo beneficios.

Curiosamente, ese entramado tan actual y, a la vez, enraizado supuestamente en la cultura islámica no es otra cosa que la vuelta a las técnicas utilizadas por los mercaderes medievales europeos, primero en Italia y después en toda Europa a medida que el comercio fue reactivándose. 

En aquel momento no había redes informáticas que permitieran una comunicación instantánea -y por tanto la transferencia inmediata de dinero- desde, por ejemplo, Siena a París. Tampoco era fácil el desplazamiento físico del dinero, primero porque se trataba de monedas (más engorrosas que los billetes de alta denominación que existen actualmente, como los de 500 euros) y, sobre todo, por lo peligroso de los viajes, siempre expuestos a bandidos y piratas. 

La solución consistió en que el mercader de una ciudad, persona conocida e involucrada en múltiples operaciones que le obligaban a recibir cobros y a hacer pagos, enviase una carta a otro mercader de su confianza en otra ciudad, ordenándole hacer un pago a una tercera persona (el destinatario de la transferencia). 

Lógicamente, el mercader ordenante quedaba en deuda con el receptor de la carta y pagaría esa deuda efectuando también pagos por orden de su compañero. Éste es, como todo el mundo sabe, el sentido original de la letra de cambio, que aunque después ha asumido una función financiera, es decir, como vehículo de préstamos, en su origen cumplía la misión de permitir los pagos a distancia sin desplazamiento físico del dinero.

Por tanto, el mecanismo utilizado por Gao Ping, por Al Qaeda y por tantos otros no tiene nada de moderno, sino que es una pura vuelta al pasado, y si parece tener un origen musulmán es sólo por el arcaísmo de estos sectores islamistas, que han mantenido, por distintas razones, unas técnicas que eran universales en la Edad Media y que ahora han sido abandonadas en el mundo occidental porque la tecnología permite efectuar transferencias instantáneas. De hecho, y al contrario de lo que sucedía hace pocos años, cuando una persona paga en una tienda o en un restaurante con una tarjeta de crédito o de débito, el terminal informático comprueba inmediatamente si tiene fondos en su cuenta o si le queda crédito de la tarjeta, y sólo en caso afirmativo se admite el pago, de modo que la confianza ya no desempeña ningún papel en esta clase de transacciones al haber sido sustituida por la informática (como dice un refrán alemán, la confianza es buena, pero la seguridad es mejor).

Las razones que llevan a utilizar estos medios de transferencia son distintas ahora y en la Edad Media, porque entonces se trataba de evitar los riesgos de los viajes (provocados por bandidos y piratas), mientras que ahora se trata de eludir la vigilancia del Estado y son los bandidos y piratas (incluidos los defraudadores fiscales) quienes los utilizan.

Está claro, y este fenómeno permite comprobarlo una vez más, que vivimos en un mundo mucho más socializado y tecnificado y menos individualista. La confianza personal desempeña un papel mucho menos importante, en la medida en que la tecnología permite comprobar muchas de las cosas que antes se tenían que aceptar sobre la base de la palabra de quien las aseguraba. La transferencia informática sólo funciona si hay fondos en la cuenta de origen, mientras que antes el mercader que recibía una letra la hacía efectiva confiando en que su firmante le abonaría su importe, haciendo honor a la palabra dada. Cuando la confianza es la base del sistema, se necesitan sanciones penales draconianas para quien la defrauda, sanciones que hoy son menos importantes en el tráfico económico (precisamente porque no es tan relevante la confianza), pero que se aplican sin jueces ni cárceles (y a la vez con efectividad implacable) en el mundo mafioso en que se utilizan actualmente esos medios de movimiento de dinero.

Una muestra de esta colectivización es el papel de los bancos, que, pese a ser privados, tienen reconocido un cuasimonopolio en el movimiento del dinero (la ley 16/2009 les reserva casi en exclusiva la actividad de prestación de servicios de pago) y, a su vez, se convierten en colaboradores obligatorios de las administraciones públicas a efectos fiscales y de exigencia de justificación del origen de los fondos que se mueven. Los bancos ya no tienen, como hasta el siglo XIX, la potestad de emitir billetes, pero su papel en la economía es fundamental y por eso también son muy intensas las potestades que sobre ellos ejerce la Administración a través de los llamados bancos centrales. Otra cosa es la decisión y el acierto a la hora de ejercer esos poderes, que en estos últimos años han brillado por su ausencia.

El retorno, aunque sea en los arrabales de nuestro mundo, de estas técnicas financieras medievales podría hacer pensar en la vieja hipótesis de la «nueva Edad Media». Pero, romanticismos aparte, existe una enorme diferencia entre las finanzas de entonces y las de ahora. En el siglo XIII y en los siguientes, quienes prestaban dinero a los Reyes se exponían a que éstos no se lo devolvieran. Muchas sagas de mercaderes, cuya fama llevó a los príncipes a dirigirse a ellos, acabaron arruinadas por el impago de sus préstamos, careciendo de cualquier medio efectivo para obligar a las coronas a hacer frente a sus compromisos. Hoy en día, la situación ha cambiado dramáticamente y vemos por todas partes cómo la primera necesidad de los gobiernos es no sólo pagar puntualmente sus deudas, sino garantizarse la sonrisa de los prestamistas y de quienes reparten títulos de buen y mal pagador, siendo los propios gobiernos y no digamos las empresas y los particulares los que se arruinan y tienen que asumir cualquier sacrificio para devolver sus préstamos.

http://www.laopiniondezamora.es/opinion/2013/01/16/gao-ping-retorno-edad-media/653747.html


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