martes, 5 de febrero de 2013

Maria Dueñas


Fin de otoño



Este otoño he hecho un curso multidisciplinar y ecléctico que combina conocimientos y certezas dispares sobre geografía, sociedad y economía, mucha política y dosis considerables de asuntos morales, concentrados mayoritariamente en ejemplos prácticos de irresponsabilidad, soberbia y una escandalosa falta de ética

En este curso superintensivo he ido adquiriendo las enseñanzas correspondientes no en las aulas, sino a pie de calle. Observando el ambiente por toda España en paralelo a la promoción de mi novela; charlando con taxistas, camareros y gente como usted y como yo. Viajando en multitud de trenes y aviones que me han llevado a los más variados aeropuertos y estaciones, escuchando de refilón conversaciones ajenas mientras tomaba un café. Sondeando a los periodistas que en teoría tenían el cometido de entrevistarme a mí, compartiendo charla y una copa de vino con libreros y gestores culturales y hojeando de norte a sur y de este a oeste nuestra prensa local. 




Para lo que las enseñanzas de mi curso acelerado me han servido ha sido para certificar fehacientemente lo que yo, como todos, ya sabía: los despropósitos salvajes y la ambición desbocada de unos cuantos, que nos han llevado a esta crisis colectiva y tenebrosa que hoy azota a casi todos y de la que parece que nunca vamos a salir. Y no se imaginan los conocimientos tan interesantes que, pisados por mis pies y vistos por mis ojos, me he traído a casa estos días. Seguro que muchos de ellos los intuyen ya; nada es nuevo, tristemente, bajo nuestro sol.

Una ciudad que apenas sobrepasa los cien mil habitantes y tiene una estación de tren –sin AVE— casi del tamaño y empaque de la T4 de Barajas, y otra que no llega a las cincuenta mil almas y cuya estación –esta, con AVE— es casi gemela de la anterior. Un centro de congresos mastodóntico y sin apenas actividades cuyo presupuesto se va en liquidar deuda, organizar actos para los políticos que lo alzaron y pagar a un personal del que nadie sabe bien qué funciones tiene. 

Una fantasmagórica autopista de peaje sin usuarios en la que tienes la sensación de estar llegando al fin del mundo en absoluta soledad. Un faraónico complejo cultural en lo alto de un monte, en el que ya se han invertido 400 millones de euros y, quince años después de su proyecto, aún sigue a medio hacer y sin tener nadie del todo claro cuáles serán sus contenidos definitivos. Capitales de provincias de escasa población cuyos aeropuertos se caen a trozos sin que de ellos jamás despegue avión alguno. 

Televisiones autonómicas públicas gigantescas en plantillas, edificios y medios, donde ahora están haciendo ERE asesinos porque no hay manera de que se sostengan en pie. Un aeropuerto pequeño, renovado y altamente rentable que será muy probablemente finiquitado para dar paso a otro mucho más grande y costoso, de dudosa necesidad y situado a escasos cuarenta kilómetros. 

Y en paralelo a estos y otros muchos desmanes públicos, múltiples apuestas privadas igualmente carentes de sentido: enormes centros comerciales con el ochenta por ciento de sus locales vacíos, hoteles construidos con ánimo de cinco estrellas que ya van por cuatro y quizá acaben en tres, bloques de pisos y urbanizaciones enteras de adosados sin vender…

Nada original les cuento, ya ven; tan sólo quería dar fe de que todo eso existe porque yo misma lo he transitado en estos meses previos al fin de un año turbio. Al 2013 pido, por eso, que nos quite de en medio a los causantes de estas barbaridades y nos traiga al resto un poquito de felicidad.

http://www.lavanguardia.com/magazine/20121227/54356482169/maria-duenas-opinion-magazine.html 

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