sábado, 3 de noviembre de 2012

José Manuel Ponte - ... Y la España de Merimée

Un antiguo compañero de colegio, que se ha dedicado con bastante éxito a los negocios, me pide que le recomiende un libro sobre España. Él, por supuesto, tiene su criterio sobre el país y sus habitantes, pero le gustaría conocer otros testimonios, preferentemente de extranjeros, para poner un poco de distancia en los juicios.

"A lo largo de la vida -me dice- hemos oído demasiadas veces alusiones a España, pero quizás por darlo como cosa sobradamente conocida y muy a la mano apenas la hemos estudiado con la necesaria atención. Y ahora que dicen que la nación corre el riesgo de saltar en pedazos parece llegado el momento de echarle un vistazo, aunque sea el último".

 Tiene fundamento lo que opina. Desde que, con cinco o seis años, nos hicimos aquellas fotos en el colegio, sentados modosamente en un pupitre, con una enciclopedia delante y un enorme mapa del país detrás, llevamos años oyendo invocaciones de España. La mayoría desaforadas o desquiciadas y más elaboradas con la testiculina que con el cerebro.

Y si hiciéramos un repaso de las veces que hemos oído hablar de ella es posible que las más de las veces la percibiéramos como grito que como concepto. Por razones de edad, este compañero de colegio y yo no podemos ser una excepción a esa regla general. Cuando fuimos niños, nos explicaron que solo existía la España que había triunfado sobre la otra, la anti-España arrojada a las tinieblas exteriores por la espada del "centinela de Occidente"; cuando adolescentes intentamos adivinar cautelosamente cuál de las dos Españas habría de helarnos el corazón; y cuando universitarios, empezamos a reclamar una España como espacio democrático medianamente habitable, una confortabilidad burguesa de la que ya disfrutaba media Europa desde el fin de la Segunda Guerra Mundial.

Con esos antecedentes, me puse a la tarea de seleccionarle un libro. Descarté El laberinto español de Gerald Brenann, porque él ya lo había leído en los primeros años de la Transición. Y de una tacada a Menéndez y Pelayo, Joaquín Costa, Américo Castro y Claudio Sánchez Albornoz por la sencilla razón de que un hombre de negocios suele sacar más conclusiones de los detalles prácticos que de la erudición. Ortega me pareció demasiado filosófico y Julián Marías, lo mismo.

Al final me quedé con el británico George Borrow y su La Biblia en España y con el francés Prospero Merimeé y su Viaje por España. Mi recomendado leyó antes el segundo libro que el primero y vino a verme entusiasmado.

Traía anotadas las observaciones que más le habían llamado la atención. Por ejemplo, esta: "Los clericales nos están comiendo terreno. Aquí han hecho prosélitos, cosa que yo hubiera creído imposible en un país en que los curas van de putas sin ocultarlo demasiado". 

O estas otras: "Estamos en plena agitación electoral. Los progresistas -como si dijéramos, los rojos- han decidido abstenerse. Hablan mucho de echarse a la calle"; "La canalla es inteligente, graciosa y llena de imaginación, las clases elevadas, vulgares"; "En las iglesias se guardan auténticos tesoros en un armario que se podría forzar con un fósforo". De plena vigencia, siglo y medio después.

http://www.farodevigo.es/opinion/2012/11/02/espana-merimee/705866.html

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