domingo, 11 de noviembre de 2012

IQBAL MASIH y su historia. 16 de abril: Día Internacional contra la Esclavitud Infantil | El Blog Alternativo


En el Pakistán feudal donde los más pobres no tienen más que sus brazos y los de sus hijos para comer y vivir, el hecho de que una madre de familia piense en vender a su hijo pequeño para permitir que otro de sus vástagos funde un hogar es corriente.

Inayat Bibi sabía que podía obtener del futuro patrón de Iqbal, a cambio del trabajo realizado, el tradicional ‘paishgee’, una especie de préstamo en el que las futuras generaciones eran vendidas a cambio de una cantidad que se devolvía a través del trabajo.

Como en la usura más tradicional, el prestamista no deseaba que le fuera devuelta la cantidad; prefería refinanciar una y otra vez: así la esclavitud se perpetuaba mientras el trabajador tuviera capacidad de trabajo; si caía enfermo no se descontaba su salario de la cantidad.

Según la costumbre, los patronos recuperarían el dinero prestado descontando la mitad del salario mensual acordado con sus obreros esclavos. Lo que forzaba a estos últimos a permanecer a su servicio hasta la restitución total de la deuda inicial.

Aquel que osaba abandonar a su patrón sin previamente haber reembolsado la cantidad de su ‘paishgee’ cometía una falta que le marcaba para siempre. Alegraba a los patrones ver a las familias de sus esclavos pidiendo nuevas cantidades antes de que el miserable salario hubiera redimido la deuda anterior. Por ello, normalmente, el ‘paishgee’ no se amortizaba nunca.

En el subcontinente indio los intocables (casta inferior) seguían llevando como una cruz el peso de las costumbres ancestrales. Allí viven millones de personas que a lo largo de los siglos se han convertido al cristianismo para escapar del oprobio de las castas superiores.

La familia de Iqbal era una de esas familias cristianas, por lo que los empresarios árabes lo trataban con una crudeza todavía peor.
Se levantaba todas las mañanas antes que las campanas del templo protestante cercano sonaran a las cuatro de la madrugada. Iqbal recorría los escasos doscientos metros que separaban su casa del taller de Arshad, donde algunos de sus compañeros dormían, acurrucados agotados por el trabajo del taller.

Cada mañana comenzaban quince horas ininterrumpidas de trabajo, dedicadas a reproducir los gestos immemoriables de los tejedores persas. Arshad era el tercer empresario para el que había trabajado Iqbal. Los dos anteriores además de explotadores, eran unos maltratadotes, que necesitaban pocas excusas para castigar al niño que no cumplía con su deber.

Este jefe apenas maltrataba a los niños del taller, y estaba orgulloso de conservar a sus jóvenes empleados con buena salud. El “honesto” Arshad prefería obligar a los padres que actuaran con rigor, disminuyéndoles proporcionalmente el salario de los vástagos bajo su tutela si no cumplían con suficiente dedicación su trabajo.

Iqbal aprendió de Ehsan Khan a no tener miedo de denunciar la situación de los niños tejedores de alfombras. Y a partir de 1993 se convirtió en un líder infantil que denunciaba las condiciones laborales, los horarios y el régimen de esclavitud en el que viven aún los niños trabajadores en algunos telares de alfombras.



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