sábado, 3 de noviembre de 2012

Alvite - Áspero y sentimental

 Uno de ellos
   - Jose Luis Alvite

Se cuentan con los dedos de una mano las veces que en los últimos años me senté a compartir mesa y mantel con colegas del oficio. Tampoco tuve nunca por costumbre salir de copas con ellos, ni recuerdo haber participado en sus aquelarres corporativos. 

No me importa reconocer que del periodismo lo que de verdad me interesa son los lectores y que son ellos quienes me preocupan y me inspiran, sin importarme que haya entre los lectores muchos que se desinteresen de lo que hago o sencillamente les importe un huevo lo que escribo. 

Huyo del gremio periodístico por la misma razón que evito el sexo en pandilla, las sesiones de trabajo y los almuerzos y las cenas en las que todo el mundo se apunta al mismo menú y ríe con servil e indisimulada subordinación el chascarrillo del jefe, por lo general un tipo trepa e inútil que hace feliz a su mujer y al fontanero gracias a la frecuencia con la que sale de viaje.

Admiro sinceramente a los periodistas que se hicieron en las calles, dieron su vida por el oficio y recibieron luego como pago el desprecio, el ostracismo y la miseria. Siempre quise ser uno como ellos y a eso he dedicado los muchos o pocos esfuerzos que haya hecho en cuarenta años de oficio. Si de algo puedo presumir es de haberme mantenido lejos de quienes detentaban el poder y administraban la gloria. Si el redactor jefe de turno me ordenaba asistir a un almuerzo de periodistas con dos o tres ministros, yo procuraba despachar el trabajo y me sentaba luego a comer con sus choferes, del mismo modo que de mi trato profesional con los jefes de la Armada me interesó sobre todo conocer con detalle las ideas, las emociones y el aliento de sus criadas. Los choferes, las criadas, las peluqueras, el pescadero, la florista? ellos eran sin duda la calle, es decir, la realidad, el caladero del que nunca tendría que haberse alejado el periodismo. 

Y también eran y son la calle -la realidad- los presos de las cárceles, los macarras, las muchachas descarriadas, el adolescente digno y atormentado que no soporta ser lo que ve reflejado en el espejo, el ama de casa triste y decepcionada porque no puede creer que su vida sea ver como crecen hacia la muerte sus hijos, soportar a un tipo que hace vomitar a su perro cuando tose y sacar de sus vainas en veinte años dos toneladas de guisantes? igual que son la calle la monja que de su sexo solo sabe que tiene cierto parecido con las magdalenas escarchadas que confita? el escolar que, desbordado por la ignominia de tres suspensos, busca un árbol en el que ahorcarse para estar seguro de llegar tarde a casa? la chica gordita que por falta de dinero oculta con unas gafas horribles sus ojos tan feos? el contable sin empleo que se consuela de su desgracia pensando que ahorrará algo de dinero si le suprime los bolsillos al traje que ye tenía encargado? 

Todos ellos son la realidad, aunque el periodismo se haya desviado y a veces parece que ignore que donde hay que dar la batalla no es en los despachos de los políticos, ni en los de los banqueros, sino en el quiosco, esa vieja institución en la que hemos ido desapareciendo por culpa de que lo que muchos lectores ven en la prensa no es el reflejo de sus preocupaciones y sus vidas, el relato atento y preciso de la realidad, sino la obediente interpretación de una melodía orquestada por los políticos y por los popes del dinero, que necesitan la prensa para parecer más altos y más guapos, aunque la gente de la calle siempre se da cuenta de que se trata de una burda patraña y en realidad estamos a merced de una casta de iletrados y prepotentes que usan su poder para convertir a ciertos periodistas en sus serviles biógrafos, en el chorro del bidet japonés que les limpia el culo.

Yo tengo la suerte de publicar esta columna en un periódico que nunca olvidó la importancia de tener el corazón mezclado con las emociones en la cabeza. A pesar de los sinsabores de mi carrera, puedo considerarme un tipo afortunado. La única vez que en este diario se me hicieron indicaciones, fue para pedirme que no callase.

jose.luis.alvite@hotmail.es

http://www.farodevigo.es/opinion/2012/11/02//705870.html

2 comentarios:

  1. La vida del periodista es dura pero colorida y gratuita.

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  2. Creo que el periodismo es un gran trabajo. Solo tienes que encontrar un área que te interese.

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