Jorge Vehils
9 MAY 1983
No me considero competente para dirimir la cuestión del grado de
influencia del pensamiento de Ortega en los países en que se lo ha leído
con más devoción, pero creo que es difícil que en alguno la dirección
político-cultural se haya imbuido tanto de lenguaje orteguiano como en
Argentina.
En todo caso, lo cierto es que a todos los hispanoamericanos les infundió un interés por España que nadie hasta entonces había logrado suscitar desde los tiempos de la independencia.Ortega y Gasset llegó a Buenos Aires en 1916, invitado por la benemérita y entonces joven Institución Cultural Española. Pronunció conferencias en diversos ámbitos, y en la facultad de Filosofía y Letras, acaso por primera y última vez, la multitud rompió los vidrios para poder ingresar al aula magna. Joven catedrático que había llegado con ánimo de descubridor al Nuevo Mundo, también fue descubierto por éste. Y si Ortega dejó un legado inmenso entre nosotros por la hondura de sus reflexiones, por la claridad y munificencia simultáneas de su palabra, también es cierto que el público argentino le reveló condiciones de orador para vastos auditorios que sospecharía tal vez en su interior, pero que no había tenido hasta entonces ocasión de ejercitar.
El mutuo descubrimiento se reanudó en 1928 y 1939. Pudo entonces Ortega ir articulando una serie de puntos de vista sobre los argentinos -más bien sobre los porteños, que son los que mejor conoció- que han quedado indelebles entre las páginas más recordadas de la reflexión sobre esta tierra y sus gentes:
"La Pampa se mira comenzando por su fin, por su órgano de promesas, vago oleaje de imaginación, donde la inverosimilitud forma su espumosa rompiente que el primer término, tiritando de su propia miseria, de no ser sino atroz y vacía realidad, afanoso absorbe... Acaso lo esencial de. la vida argentina es eso: ser promesa. Tiene el don de poblamos el espíritu con promesas, reverbera en esperanzas como un campo de mica en reflejos innumerables".
Las conferencias de 1939 permitieron que se publicara luego el libro Meditación del pueblo joven, en el que pueden releerse estos celebérrimos párrafos:
"¡Argentinos! ¡A las cosas, a las cosas! Déjense de cuestiones previas personales, de suspicacias, de narcisismos. No presumen estedes el brinco magnífico que dará este país el día que sus hombres se resuelvan de una vez, bravamente, a abrirse el pecho a las cosas, a ocuparse y preocuparse de ellas directamente y sin más, en vez de vivir a la defensiva, de tener trabadas y paralizadas sus potencias espirituales, que son egregias, su curiosidad, su perspicacia, su claridad mental secuestradas por los complejos de lo personal".
Las circunstancias de la pasión
En 1942, después de casi tres años de. estancia en Buenos Aires -años de trabajo y también de enfermedad-, regresó a España. Después de la guerra, la vieja Europa reiteraría el desborde multitudinario de la lejana Buenos Aires de 1916: en Berlín también se rompieron los vidrios del recinto en el que hablaba Ortega.
Queda ya dicho que los libros del gran pensador se han leído y divulgado muy extensamente en Argentina. Citar a Ortega es de rigor en la cátedra, en la crítica literaria, en el discurso del funcionario público.
Tal pasión tuvo sus riesgos en alguna circunstancia (¿la pasión y su circunstancia?), pues al limitar al solo nombre de Ortega la fuente de su sabiduría, muchos renunciaron, por comodidad tal vez, a otros estudios y a otros orbes filosóficos que los hubieran enriquecido. Y con cuyo parangón nada perdía la insustituible figura de Ortega.
Jaime Perriaux, recientemente fallecido, fue el que con mayor entusiasmo recordó y difundió la obra del maestro entre nosotros, alentado también por los frecuen.tes viajes de Julián Marías. Más allá del discutible uso político que Perriaux hizo de su orteguianismo, debemos rescatar su envidiable capacidad de estudio, su versación en tantas lenguas y temas y, por lo que hoy nos concieme, su inclaudicable apoyo a todo lo que se relacionara con Ortega.
En la norteña Salta, Roberto García Pinto, sagacísirno provinciano, es otra voz que recuerda muy periódicamente la vida y la obra del autor de La rebelión de las masas. Tantos argentinos han leído con provecho a Ortega, en sus libros y en sus numerosas colaboracione en La Nación, que aquí es donde mejor sentimos la reflexión de Octavio Paz: "No estoy muy seguro de pensar lo que él pensó en su tiempo; en cambio, sé que sin su pensamiento yo no podría, hoy, pensar".
Época difícil
En esta época difícil, en la que después de haber sufrido mucho en diversos campos se nos sometió a los argentinos a la prueba de una guerra absurda (como absurdas son la provocación y la derrota inevitable) y una humillación inmerecida, vuelven a mí estas palabras de Ortega: "Quien conozca la Argentina actual sabe que nada puede hacerle tanto daño como alabarla, como interesarla en la opinión ajena sobre ella; antes bien, es preciso empujarla hacia sí misma, recluirla en su inexorable ser".
¿Resurgiremos de "esa Argentina actual", de esta época de calamidades, iremos a las cosas? Ignoro qué generación tendrá la. respuesta. Pero también ella deberá citar a Ortega.
http://elpais.com/diario/1983/05/09/cultura/421279204_850215.html
En todo caso, lo cierto es que a todos los hispanoamericanos les infundió un interés por España que nadie hasta entonces había logrado suscitar desde los tiempos de la independencia.Ortega y Gasset llegó a Buenos Aires en 1916, invitado por la benemérita y entonces joven Institución Cultural Española. Pronunció conferencias en diversos ámbitos, y en la facultad de Filosofía y Letras, acaso por primera y última vez, la multitud rompió los vidrios para poder ingresar al aula magna. Joven catedrático que había llegado con ánimo de descubridor al Nuevo Mundo, también fue descubierto por éste. Y si Ortega dejó un legado inmenso entre nosotros por la hondura de sus reflexiones, por la claridad y munificencia simultáneas de su palabra, también es cierto que el público argentino le reveló condiciones de orador para vastos auditorios que sospecharía tal vez en su interior, pero que no había tenido hasta entonces ocasión de ejercitar.
El mutuo descubrimiento se reanudó en 1928 y 1939. Pudo entonces Ortega ir articulando una serie de puntos de vista sobre los argentinos -más bien sobre los porteños, que son los que mejor conoció- que han quedado indelebles entre las páginas más recordadas de la reflexión sobre esta tierra y sus gentes:
"La Pampa se mira comenzando por su fin, por su órgano de promesas, vago oleaje de imaginación, donde la inverosimilitud forma su espumosa rompiente que el primer término, tiritando de su propia miseria, de no ser sino atroz y vacía realidad, afanoso absorbe... Acaso lo esencial de. la vida argentina es eso: ser promesa. Tiene el don de poblamos el espíritu con promesas, reverbera en esperanzas como un campo de mica en reflejos innumerables".
Las conferencias de 1939 permitieron que se publicara luego el libro Meditación del pueblo joven, en el que pueden releerse estos celebérrimos párrafos:
"¡Argentinos! ¡A las cosas, a las cosas! Déjense de cuestiones previas personales, de suspicacias, de narcisismos. No presumen estedes el brinco magnífico que dará este país el día que sus hombres se resuelvan de una vez, bravamente, a abrirse el pecho a las cosas, a ocuparse y preocuparse de ellas directamente y sin más, en vez de vivir a la defensiva, de tener trabadas y paralizadas sus potencias espirituales, que son egregias, su curiosidad, su perspicacia, su claridad mental secuestradas por los complejos de lo personal".
Las circunstancias de la pasión
En 1942, después de casi tres años de. estancia en Buenos Aires -años de trabajo y también de enfermedad-, regresó a España. Después de la guerra, la vieja Europa reiteraría el desborde multitudinario de la lejana Buenos Aires de 1916: en Berlín también se rompieron los vidrios del recinto en el que hablaba Ortega.
Queda ya dicho que los libros del gran pensador se han leído y divulgado muy extensamente en Argentina. Citar a Ortega es de rigor en la cátedra, en la crítica literaria, en el discurso del funcionario público.
Tal pasión tuvo sus riesgos en alguna circunstancia (¿la pasión y su circunstancia?), pues al limitar al solo nombre de Ortega la fuente de su sabiduría, muchos renunciaron, por comodidad tal vez, a otros estudios y a otros orbes filosóficos que los hubieran enriquecido. Y con cuyo parangón nada perdía la insustituible figura de Ortega.
Jaime Perriaux, recientemente fallecido, fue el que con mayor entusiasmo recordó y difundió la obra del maestro entre nosotros, alentado también por los frecuen.tes viajes de Julián Marías. Más allá del discutible uso político que Perriaux hizo de su orteguianismo, debemos rescatar su envidiable capacidad de estudio, su versación en tantas lenguas y temas y, por lo que hoy nos concieme, su inclaudicable apoyo a todo lo que se relacionara con Ortega.
En la norteña Salta, Roberto García Pinto, sagacísirno provinciano, es otra voz que recuerda muy periódicamente la vida y la obra del autor de La rebelión de las masas. Tantos argentinos han leído con provecho a Ortega, en sus libros y en sus numerosas colaboracione en La Nación, que aquí es donde mejor sentimos la reflexión de Octavio Paz: "No estoy muy seguro de pensar lo que él pensó en su tiempo; en cambio, sé que sin su pensamiento yo no podría, hoy, pensar".
Época difícil
En esta época difícil, en la que después de haber sufrido mucho en diversos campos se nos sometió a los argentinos a la prueba de una guerra absurda (como absurdas son la provocación y la derrota inevitable) y una humillación inmerecida, vuelven a mí estas palabras de Ortega: "Quien conozca la Argentina actual sabe que nada puede hacerle tanto daño como alabarla, como interesarla en la opinión ajena sobre ella; antes bien, es preciso empujarla hacia sí misma, recluirla en su inexorable ser".
¿Resurgiremos de "esa Argentina actual", de esta época de calamidades, iremos a las cosas? Ignoro qué generación tendrá la. respuesta. Pero también ella deberá citar a Ortega.
http://elpais.com/diario/1983/05/09/cultura/421279204_850215.html
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