- La guerra de Marruecos -
«¿Por qué tenemos nosotros que
luchar contra los moros?
¿Por qué tenemos que "civilizarlos" si no
quieren ser civilizados?
¿Civilizarlos a ellos, nosotros? ¿Nosotros, los de
Castilla, de Andalucía, de las montañas de Gerona, que no sabemos leer ni escribir?
Tonterías.
¿Quién nos civiliza a nosotros?
Nuestros pueblos no tienen escuelas,
las casas son de adobe, dormimos con la ropa puesta, en un camastro de tres
tablas en la cuadra, al lado de las mulas, para estar calientes.
Comemos una
cebolla y un mendrugo de pan al amanecer y nos vamos a trabajar en los campos
de sol a sol.
A mediodía comemos un gazpacho, un revuelto de aceite, vinagre,
sal, agua y pan. A la noche nos comemos unos garbanzos o unas patatas cocidas
con un trozo de bacalao. Reventamos de hambre y de miseria.
El amo nos roba y,
si nos quejamos, la Guardia Civil nos muele a palos. Si yo no me hubiera
presentado en el cuartel de la Guardia Civil cuando me tocó ser soldado, me
hubieran dado una paliza. Me hubieran traído a la fuerza y me hubieran tenido
aquí tres años más. Y mañana me van a matar. ¿O voy a ser yo el que mate?»
El soldado español aceptaba
Marruecos como aceptaba las cosas inevitables, con el fatalismo racial frente a
lo irremediable.
«Sea lo que Dios quiera», dice. Y esto no es una resignación
cristiana, sino una blasfemia subconsciente.
Dicho así, significa que uno se
siente impotente ante la realidad y tiene que resignarse a la voluntad del
usurero cuando le quita a uno el trozo de tierra, aunque se haya pagado tres
veces su valor, por la simple razón de que nunca tuvo uno junta la suma total
de la deuda.
Este español «sea lo que Dios
quiera» no significa esperanza en Dios y en su bondad, sino el fin de toda
esperanza, la expectación de lo peor.
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