domingo, 23 de noviembre de 2014

Anthony De Mello - 2 - "Un minuto para el absurdo"

- Profesor
Cuando el Maestro se encontró con un grupo de profesores, habló largo y tendido con
ellos, porque también él había sido profesor.

«Lo malo de los profesores», dijo, «es que
suelen olvidar que el fin de la educación no es el aprendizaje, sino la vida».

Y contó lo que le había sucedido cuando, un día, se encontró con un muchacho que
estaba pescando en el río:

«Hermoso día para pescar, ¿eh?», le dijo al muchacho.
«Sí», respondió éste.
«¿Y por qué no estás en la escuela?», le preguntó al cabo de unos instantes.
«Como usted acaba de decir, señor, hace un hermoso día para pescar».

Y se refirió también al informe escolar que había recibido de su hija pequeña: «Su hija
progresa bastante en la escuela, pero sería deseable que su alegría de vivir no le
impidiera progresar aún más».

«¿ Qué hace falta para alcanzar la Iluminación?», preguntaron los discípulos.
Y respondió el Maestro:
«Hay que averiguar qué es lo que cae en el agua y no produce ondas, se mueve entre los
árboles y no hace ruido, atraviesa un prado y no mueve una sola brizna de hierba».
Después de reflexionar durante semanas, los discípulos se dieron por vencidos:
«¿ Qué cosa es ?»
«¿Cosa?», preguntó el Maestro.
« i No es ninguna cosa!»
«Entonces, ¿no es nada?»
«Ésa sería una forma de decirlo. . .»
«¿Y cómo podemos buscarlo?»
«¿He dicho yo que hubiera que buscarlo? Se puede encontrar, pero no se puede buscar.
Si se busca, no se encuentra».

«La gente no está dispuesta a renunciar a sus celos y preocupaciones, a sus
resentimientos y culpabilidades, porque estas emociones negativas, con sus 'punzadas',
les dan la sensación de estar vivos», dijo el Maestro.
Y puso este ejemplo:
«Un cartero se metió con su bicicleta por un prado, a fin de atajar. A mitad de camino, un
toro se fijó en él y se puso a perseguirlo. Finalmente, y después de pasar muchos apuros,
el hombre consiguió ponerse a salvo.
«Casi te agarra, ¿eh?», le dijo alguien que había observado lo ocurrido.
«», respondió el cartero, «como todos los días».

 Un científico se quejó al Maestro de que el desprecio que éste manifestaba por los
conceptos, en cuanto opuestos al «conocimiento no conceptual», era una injusticia para
con la ciencia.
El Maestro se las vio y se las deseó para hacerle comprender que no tenía nada contra la
ciencia. «Pero», añadió, «ojalá el conocimiento que tú tienes de tu mujer sea algo más
que un conocimiento científico!».
Más tarde, hablando con sus discípulos, se mostró aún más enérgico: «Los conceptos
definen», dijo; «pero definir es destruir. Los conceptos diseccionan la realidad, y lo
que diseccionas lo matas».
«Entonces, ¿son inútiles los conceptos?».
«No. Disecciona una rosa, y tendrás una valiosa información -y ningún conocimiento sobre
la rosa. Hazte un experto, y tendrás mucha información -y ningún conocimiento sobre
la realidad».

El Gobernador dimitió de su elevado cargo y acudió al Maestro en busca de enseñanza.
«¿Qué quieres que te enseñe?», le preguntó el Maestro.
«La sabiduría».
«Lo haría con mucho gusto, amigo mío, si no fuera porque existe un gran obstáculo. . . »
«¿Y cuál es ese obstáculo?».
«Que la sabiduría no puede enseñarse».
«Entonces, ¿no tengo nada que aprender aquí?».
«La sabiduría no puede enseñarse, pero sí puede aprenderse».

Cuando el Maestro era todavía un muchacho, tenía un compañero en la escuela que no
dejaba de ensañarse con él.
Posteriormente, ya viejo y arrepentido, aquel tipo había acudido al monasterio, donde fue
recibido con los brazos abiertos.
Un día quiso abordar el tema de su antiguo comportamiento con el Maestro, pero éste no
parecía acordarse de ello .
«¿Que no lo recuerdas?»
«Lo que recuerdo con toda claridad es que lo olvidé», dijo el Maestro. y ambos se
echaron a reír.

Cuando llegó a oídos del Maestro la noticia de que un bosque cercano había sido
devastado por el fuego, movilizó inmediatamente a sus discípulos:
«Debemos replantar los cedros», les dijo.
«¿Los cedros?», exclamó incrédulo un discípulo. «¡Pero si tardan dos mil años en
crecer...!»
«Entonces tenemos que comenzar de inmediato», dijo el Maestro. «¡No hay ni un minuto
que perder!».

«Vuestros líderes religiosos están tan ciegos y confundidos como vosotros», dijo el
Maestro.«Cuando tienen que hacer frente a los problemas de la vida, lo más que
proponen son respuestas sacadas de un Libro. Pero la Vida es demasiado grande como
para caber en un libro».
Y para ilustrarlo contó el caso del atracador que dijo a su víctima: « iEsto es un atraco!
Deme todo el dinero que lleva encima; de lo contrario. . . »
«De lo contrario, ¿qué?»
«¡Hombre, no me aturulle usted. . . : éste es mi primer trabajo. . . !».

Al Maestro le gustaba jugar a las cartas, y un día se encontraba totalmente absorto
jugando al póker con algunos de sus discípulos durante un bombardeo nocturno.
Cuando interrumpieron el juego para tomar una copa, la conversación giró en tomo al
tema de la muerte.
«Si ahora mismo, mientras jugamos, me muriera yo, ¿qué haríais?», preguntó el Maestro.
«¿Qué querrías tú que hiciéramos?».
«Dos cosas. La primera, quitar mi cadáver de en medio».
«¿Y la segunda?»
«Repartir cartas».

Un hombre que había empleado años en estudiar las leyes de su religión le dijo el
Maestro:
«La clave de una vida santa y buena está en el amor, no en la religión ni en la ley».
Y le contó el caso de dos muchachos que acudían un día a la catequesis dominical, pero
estaban tan hartos de doctrina que uno de ellos propuso «hacer novillos».
«¿Hacer novillos? ¡No sabes lo que dices! Nuestros padres nos echarían mano y nos
molerían a palos. . .».
«¡Pues les devolvemos los golpes!».
«¡Cómo! ¿Pegar a tu padre...? ¡Debes de estar loco! ¿Has olvidado que Dios nos manda
honrar padre y madre?».
«Es verdad. . . ¡Hagamos una cosa: tú pegas a mi padre, y yo al tuyo!».

Lo que no le gustaba al Maestro de los «activistas sociales» era que buscaban la reforma,
no la revolución.
Y solía narrar este cuento:
Erase una vez un rey muy sabio y bondadoso que, al enterarse de que había una serie de
personas inocentes en las mazmorras de su prisión, mandó construir otra prisión más
confortable para aquellos inocentes.

Un discípulo sentía tal veneración por el Maestro que le miraba como si fuera el mismo
Dios encarnado.
«Dime, oh Maestro», le dijo en cierta ocasión, «¿por qué viniste a este mundo?».
«Para enseñar a los necios como tú a que dejen de malgastar su tiempo en rendir culto a
los Maestros», fue su respuesta.

El Maestro se había propuesto destruir sistemáticamente toda doctrina, toda creencia y
toda noción de la divinidad, porque estas cosas, originariamente pensadas para servir de
puntos de referencia, se estaban tomando como auténticas descripciones.
Y le gustaba citar el dicho oriental:
«Cuando el sabio señala con el dedo a la luna, lo único que ve el idiota es el dedo».

«Una creencia religiosa», dijo el Maestro, «no es una afirmación de la Realidad, sino un
indicio, una pista de algo que es un Misterio y que queda fuera del alcance del
pensamiento humano. En suma, una creencia religiosa no es más que un dedo apuntando
a la luna.
Algunas personas religiosas nunca van más allá del estudio del dedo.
Otras se dedican a chuparlo.
Y otras usan el dedo para sacarse los ojos. Éstos son los fanáticos a quienes la religión
ha dejado ciegos.
En realidad, son poquísimas las personas religiosas lo bastante objetivas como para ver
lo que el dedo está señalando. Y a estas personas, que han superado la creencia, se las
considera blasfemas».

«La humildad no es autoestima», dijo el Maestro. «La humildad proviene de la convicción
de que lo único que consigue uno con su esfuerzo es cambiar su conducta, no a sí
mismo».
«¿Quieres decir que el verdadero cambio no requiere esfuerzo?».
«Exacto», dijo el Maestro.
«¿Y cómo se produce?»
«Siendo consciente», dijo el Maestro.
«¿Y qué hay que hacer para ser consciente?»
«¿Qué hay que hacer para despertar cuando uno está dormido?», dijo el Maestro.

«En realidad, hay dos tipos de seres humanos: los fariseos y los publicanos», dijo el
Maestro después de leer la parábola de Jesús.
«¿Y cómo se reconoce a los fariseos?»
«Es muy sencillo: son los que hacen la clasificación», respondió el Maestro.

El Maestro sostenía que lo que todo el mundo tiene por verdadero es falso; por eso el
«pionero» se encuentra siempre en absoluta minoría.
Y decía:
«Pensáis en la Verdad como si fuera una fórmula que podéis sacar de un libro. Pero la
Verdad exige pagar el precio de la soledad. Si quieres seguir a la Verdad, has de
aprender a caminar solo».

- Tiempo presente

Pero para quienes se atreven a abandonarse a la experiencia del momento presente -sin
pensar en la experiencia misma ni desear que ésta se repita o que pueda ser evitada-, el
tiempo se transforma en el resplandor de la Eternidad».

El Maestro era realmente despiadado con quienes se complacían en la autocompasión o
en el resentimiento.
«Recibir un agravio», decía, «no significa nada, a menos que uno insista en recordarlo».

« ¡Mi sufrimiento es insoportable!», dijo alguien.
Y le replicó el Maestro: «El momento presente nunca es insoportable. Lo que te hace
desesperar es lo que piensas que va a suceder en los próximos cinco minutos o en los
próximos cinco días. ¡Deja de vivir en el futuro!».

«Ando buscando el sentido de la existencia», dijo el visitante.
«Naturalmente, das por supuesto que la existencia tiene un sentido... », le dijo el
Maestro.
« ¿Es que no lo tiene?»
«Cuando experimentes la existencia tal como es -no como tú piensas que es-,
descubrirás que tu pregunta no tiene sentido», dijo el Maestro.

Los discípulos se hallaban sentados a la orilla de un río.
«Si me cayera al agua, ¿me ahogaría?», preguntó uno de ellos.
«No», le respondió el Maestro. «No es el caerte al agua lo que hace que te ahogues, sino
el quedarte dentro».

«El mundo moderno está padeciendo de una creciente anorexia sexual», dijo el
psiquiatra.
« ¿Yeso qué es?», preguntó el Maestro.
«Pérdida del apetito sexual».
« ¡Eso es terrible!», dijo el Maestro.
« ¿Y cómo se cura ?»
«No lo sabemos. ¿Lo sabes tú?»
«Creo que sí».
« ¿Cómo ?»
«Haciendo que el sexo vuelva a ser pecado», dijo el Maestro con una maliciosa sonrisa.

Un visitante trataba de explicar al Maestro cómo era su religión:
«Nosotros creemos que somos el pueblo elegido de Dios».
« ¿Y qué significa eso?», preguntó el Maestro.
«Que Dios nos ha escogido entre todos los pueblos de la Tierra».
«Creo poder adivinar», dijo el Maestro con su peculiar humor, «cuál fue, de entre todos
los pueblos de la Tierra, el que hizo tal descubrimiento».

El Maestro no era ajeno, ciertamente, a cuanto ocurría en el mundo.
Cuando le pidieron que explicara uno de sus aforismos preferidos, «No hay nada bueno ni
malo; es el pensamiento el que lo determina», esto fue lo que dijo:
« ¿No habéis observado que lo que la gente llama 'congestión' en un tren, se convierte en
'ambiente' en una discoteca ?»

Después de pronunciar un encendido discurso en un mitin político, un discípulo le
preguntó al Maestro qué le había parecido.
«Si lo que has dicho era verdad», le dijo el Maestro, « ¿qué necesidad tenías de gritar
tanto?»
Más tarde diría a los discípulos:
«Le hace más daño a la Verdad el ardor de sus defensores que los ataques de sus
enemigos».

« ¿Cómo puedo cambiarme a mí mismo?»
«Tú eres tú mismo; consiguientemente, no puedes cambiarte a ti mismo, de la misma
manera que tampoco puedes alejarte de tus pies».
« ¿No tengo, pues, nada que hacer?»
«Puedes comprenderlo y aceptarlo».
«Pero ¿cómo voy a cambiar si me acepto a mí mismo ?».
« ¿Y cómo vas a cambiar si no lo haces? Lo que no aceptas no puedes cambiarlo;
simplemente, te las ingenias para reprimirlo».

«Todo el mundo sabe de mi audacia», dijo el Gobernador, «pero confieso que una cosa
me da miedo: la muerte. ¿Qué es la muerte?»
« ¿Y cómo puedo saberlo yo?»
« ¡Tú eres un Maestro iluminado. . .!»
«Tal vez. Pero todavía no soy un Maestro muerto».

«La sinceridad no es suficiente», solía decir el Maestro; «lo que hace falta es honradez».
« ¿Y cuál es la diferencia ?», le preguntaron.
«La honradez consiste en estar constantemente abierto a la realidad», dijo el Maestro,
«mientras que la sinceridad no es otra cosa que creerse la propia propaganda».

Una discípula estaba convencida de que era una persona egoísta, mundana y poco
espiritual. Sin embargo, después de una semana en el monasterio, el Maestro la declaró
espiritualmente sana y capaz.
«Pero ¿no habría algo que pudiera hacer para ser tan espiritual como los demás
discípulos?»
A lo cual replicó el Maestro:
Un hombre compró un automóvil y, al cabo de seis meses, tras una cuidadosa serie de
cálculos, llegó a la conclusión de que no estaba sacándole el fenomenal rendimiento que
le había prometido el vendedor. Acudió entonces a un mecánico, el cual, tras revisar el
auto, le aseguró que estaba en perfectas condiciones.
«Pero ¿no habría algo que pudiera hacer para mejorar su rendimiento?», le preguntó el
hombre.
«Bueno, sí», dijo el mecánico. «Puede usted hacer lo que hacen casi todos los
propietarios de un automóvil».
« ¿Y qué es?»
«Mentir acerca de su rendimiento».

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