Había en Cádiz un galleguito muy pobre, que ir al
Puerto para ver a un hermano suyo que era allí mandadero; pero quería ir de
balde.
Púsose en la puerta del muelle a ver si algún patrón que
fuese al Puerto lo quería llevar. Pasó un patrón, que le dijo:
-Galleguiño, ¿te vienes al Puerto?
-En non tengu dineriñu; si me llevara de balde, patrón,
iría.
-Yo, no -contestó este-; pero estate ahí, que detrás de mí
viene el patrón Lechuga, que lleva la gente de balde.
A poco pasó el Lechuga, y el galleguito le dijo que si le
quería llevar al Puerto de balde, y el patrón le dijo que no.
-Patrón Lechuja -dijo el galleguito-, ¿y si le canto a usted
una copliña que le juste, me llevará?
-Sí; pero si no me gusta ninguna de las que cantes, me
tienes que pagar el pasaje.
A lo que convino el galleguito, y se hicieron a la vela.
Cuando llegaron a la barra, esto es, a la entrado del río,
empezó el patrón a cobrar el pasaje a los que venían en el barco; y cuando
llegó al galleguito, le dijo este:
-Patrón Lechuja, allá va una copliña.
Y empezó a cantar:
Si foras a la miña terra
y preguntaren por mí,
eu dices que estoy en Cádiz
vendiendo ajua e anís.
-¿Ha justado, patrón? -preguntó en seguida.
-No -respondió el patrón.
-Pues, patrón, allá va otra:
Patrón Lechuja, por Dios,
jústele alguna copliña,
purque a lus cuartus míos
hanle entradu la murriña.
-¿Ha justado, patrón?
-No.
-Pues allá va otra:
Jaguellino, jaguellino,
nun seas más retraectreiro,
mete a mano en a bossa
e paja al patrón su dineiro.
-¿Ha justado, patrón?
-Esa, sí.
-Pues non paju -dijo alegre el galleguito.
Y se fue sin pagar.
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