miércoles, 20 de marzo de 2013

Biblioteca Escéptica - Mark Twain - La oración de guerra




Mark Twain, escribió “La oración de guerra” durante el conflicto bélico entre Estados Unidos y Filipinas. Su amigo Dan Beard, al leer la obra comentó «No creo que la oración sea publicada en mi época. Nadie excepto los muertos tienen permiso para decir la verdad. En América, como en otros lugares, la libertad de expresión está confinada a los muertos»


Harper’s Bazaar lo rechazó «por no ser adecuado para una revista femenina». Twain tenía un contrato en exclusiva con Harper & Brothers, por lo que no pudo publicar La oración de guerra en ninguna otra editorial. El texto se mantuvo inédito hasta 1923, cuando su representante literario, Albert Bigelow Paine, lo incluyó en el libro Europa y otros lugares. Una década antes, Paine publicó largos extractos de esta historia en Mark Twain: una biografía. Twain había muerto en 1910. 


El texto invita a reflexionar sobre el contenido no verbalizado, pero que va inevitablemente asociado al contenido expresado en una oración. En lo que se omite y calla por aberrante. En lo absurdo de solicitar ayuda divina en algunas situaciones.


La oración de guerra


Fue una época de gran exaltación y emoción. El país se había levantado en armas, había empezado la guerra y en cada pecho ardía el fuego sagrado del patriotismo; se oía el redoble de los tambores y tocaban las bandas de música; tiraban cohetes y un montón de fuegos artificiales zumbaban y chisporroteaban. Allí abajo, a lo lejos, de las manos, tejados y balcones, ondeaba al sol una espesura de banderas brillantes. De día, por la ancha avenida, los jóvenes voluntarios desfilaban alegres y hermosos con sus uniformes; a su paso los orgullosos padres, madres, hermanas y enamoradas los vitoreaban con voces ahogadas por la emoción. De noche, en las concurridas reuniones se escuchaba con admiración la oratoria patriótica que agitaba lo más hondo de sus corazones, y que solía interrumpirse con una tempestad de aplausos, al tiempo que las lágrimas corrían por sus mejillas. En las iglesias los pastores predicaban devoción a la bandera y al país, y en favor de nuestra noble causa imploraban ayuda al dios de las batallas con una elocuencia tan efusiva y fervorosa que conmovía a todos los oyentes.


De hecho, era una época próspera y alegre, y los pocos espíritus temerarios que se aventuraban a desaprobar la guerra y a albergar alguna duda sobre su rectitud, enseguida recibían un castigo tan duro y severo que, para su propia seguridad, inmediatamente retrocedían espantados y no volvían a ofender en ese sentido.


Llegó el domingo por la mañana. Al día siguiente los batallones partirían hacia el frente; la iglesia estaba a rebosar. Y allí estaban los voluntarios, con sus rostros iluminados por visiones y sueños milicianos. ¡El austero avance de tropas, el ímpetu incontenible, el ataque desenfrenado, los sables relucientes, la huida del enemigo, el tumulto, el humo envolvente, la búsqueda feroz y la rendición! ¡Y luego, de regreso al hogar, los héroes condecorados, bienvenidos, venerados, inmersos en un mar de oro de gloria! Al lado de los voluntarios se sentaban sus seres queridos, orgullosos, contentos y envidiados por los vecinos y amigos que no tenían hijos o hermanos a quienes enviar al campo de honor, para vencer por la bandera o, caso contrario, sucumbir a la más noble de las muertes nobles. El servicio religioso continuó. Se leyó un capítulo del Antiguo Testamento sobre la guerra y se rezó la primera plegaria, seguida de un estallido del órgano que sacudió el edificio. Y de un impulso la congregación se levantó con brillo en los ojos y latidos en el corazón: «¡Dios Todopoderoso! ¡Tú que ordenas, el trueno es tu trompeta y el rayo tu espada!».


Después vino la oración larga. Nadie recordaba algo semejante por lo apasionado de la súplica y lo conmovedor y bello de su lenguaje. En esencia, la oración pedía al Padre de todos nosotros, benigno y siempre misericordioso, que velara por nuestros nobles y jóvenes soldados y les proporcionara auxilio, consuelo y ánimo en el afán de su patriótica tarea; que los bendijera y protegiera con Su poderosa mano en la batalla; que los fortaleciera y les diera confianza para que fueran invencibles en el ataque sangriento; que les ayudara a aplastar al enemigo y les concediera, tanto a ellos como a su patria y su bandera, la gloria y el honor imperecederos.


Un anciano extraño entró y con paso lento y callado avanzó por el pasillo, con los ojos clavados en el clérigo. Tenía un cuerpo alto e iba vestido con una túnica que le llegaba a los pies, llevaba la cabeza descubierta, una vaporosa cascada de cabello cano le caía sobre los hombros y tenía la cara arrugada y exageradamente pálida, casi fantasmal. Llenos de asombro, todos le seguían con la mirada mientras se encaminaba al altar en silencio y sin pausa, hasta que se detuvo a la par del clérigo y se quedó allí esperando de pie.


El clérigo, con los ojos cerrados, no se había percatado de la presencia del extraño y prosiguió con su oración conmovedora hasta terminar con las siguientes palabras, pronunciadas con gran fervor: «¡Bendice nuestras almas, concédenos la victoria, Oh Señor Nuestro, Dios, Padre y Protector de nuestra tierra y nuestra bandera!».


El extraño le tocó el brazo y le hizo señas para que se apartara -a lo que accedió el desconcertado clérigo- y ocupó su lugar. Durante unos momentos, con ojos solemnes que emanaban una luz extraordinaria, contempló detenidamente a la audiencia embelesada. Entonces con una voz profunda dijo: «Vengo del Trono. Soy portador de un mensaje de Dios Todopoderoso». Las palabras golpearon a la congregación como en un seísmo; si el extraño lo percibió no hizo ningún caso. «El ha escuchado la oración de Su siervo, vuestro pastor, y se concederán sus peticiones si ése es vuestro deseo después que yo, Su mensajero, os haya explicado su significado, es decir, todo su significado. Pues sucede lo que en la mayoría de las oraciones de los hombres; el que las pronuncia pide mucho más de lo que es consciente, salvo que se detenga y se ponga a meditar».


«Vuestro Siervo de Dios ha rezado su plegaria. ¿Ha reflexionado sobre lo que ha dicho? ¿Es acaso una sola oración? No; son dos -una pronunciada y la otra no-. Ambas han llegado a los oídos de Aquel que escucha todas las súplicas, tanto las anunciadas como las guardadas en silencio. Ponderad esto y guardadlo en la memoria. Si rezas una plegaria en tu beneficio ¡ten cuidado! no sea que sin querer invoques al mismo tiempo una maldición sobre el vecino. Si rezas una oración para que llueva sobre tu cosecha, mediante ese acto quizá estés implorando que caiga una maldición sobre la cosecha de alguno de tus vecinos que probablemente no necesite agua y resulte así dañada».


«Han escuchado la oración de vuestro siervo -la parte enunciada-.Yo he sido encargado por Dios para poner en palabras la otra parte, aquélla que el pastor -al igual que ustedes en sus corazones- rezaron en silencio. ¿Con ignorancia y sin reflexionar? ¡Dios asegura que así fue! Oísteis estas palabras: ‘Concédenos la victoria, Oh Señor Nuestro Dios’. Eso es suficiente. La oración pronunciada está íntimamente ligada a esas palabras fecundas. No han sido necesarias las explicaciones. Cuando habéis rezado por la victoria, habéis rezado por las muchas consecuencias no mencionadas que resultan de la victoria -debe ser así y no se puede evitar-.El espíritu atento de Dios Padre acogió también la parte no pronunciada de la oración. Me encargó que la expresara con palabras. ¡Escuchad!».


«Oh Señor, nuestro Padre, 
nuestros jóvenes patriotas, ídolos de nuestros corazones, 
salen a batallar. ¡Mantente cerca de ellos! 
Con ellos partimos también nosotros -en espíritu- 
dejando atrás la dulce paz de nuestros hogares 
para aniquilar al enemigo. 

¡Oh Señor nuestro Dios, 
ayúdanos a destrozar a sus soldados 
y convertirlos en despojos sangrientos con nuestros disparos; ayúdanos a cubrir sus campos resplandecientes con la palidez de sus patriotas muertos; 
ayúdanos a ahogar el trueno de sus cañones con los quejidos de sus heridos que se retuercen de dolor, 

Ayúdanos a destruir sus humildes viviendas 
con un huracán de fuego; 
ayúdanos a acongojar los corazones de sus viudas inofensivas con aflicción inconsolable; 
ayúdanos a echarlas de sus casas con sus niñitos para que deambulen desvalidos por la devastación de su tierra desolada,
vestidos con harapos, hambrientos y sedientos, 
a merced de las llamas del sol de verano y los vientos helados del invierno, quebrados en espíritu, agotados por las penurias, 
te imploramos que tengan por refugio la tumba que se les niega -

Por el bien de nosotros que te adoramos, Señor-, 
acaba con sus esperanzas, 
arruina sus vidas, 
prolonga su amargo peregrinaje, 
haz que su andar sea una carga, 
inunda su camino con sus lágrimas, 
tiñe la nieve blanca con la sangre 
de las heridas de sus pies! 

Se lo pedimos, animados por el amor, 
a Aquel quien es Fuente de Amor, 
sempiterno y seguro 
refugio y amigo de todos aquellos que padecen. 
A El, humildes y contritos, pedimos Su ayuda. 
Amén».


(Después de una pausa)


«Así es como lo habéis rezado. ¡Si todavía lo deseáis, hablad! El mensajero del Altísimo aguarda».


Más tarde se creyó que el hombre era un lunático porque no tenía sentido nada de lo que había dicho.

http://bibliotecaesceptica.wordpress.com/2008/06/05/la-oracion-de-guerra-mark-twain/ 


Descargar texto en inglés:
http://www.dominiopublico.gov.br/download/texto/ln000861.pdf  



O Lord, Our Father


O Lord, our father,
Our young patriots, idols of our hearts,
Go forth to battle – be Thou near them!
With them, in spirit, we also go forth
From the sweet peace of our beloved firesides To smite the foe. 


O Lord, our God,
Help us to tear their soldiers
To bloody shreds with our shells;
Help us to cover their smiling fields
With the pale forms of their patriot dead; Help us to drown the thunder of
the guns With the shrieks of their wounded,
Writhing in pain. 


Help us to lay waste their humble homes
With a hurricane of fire;
Help us to wring the hearts of their
Unoffending widows with unavailing grief; Help us to turn them out roofless
With their little children to wander unfriended The wastes of their
desolated land
In rags and hunger and thirst,
Sports of the sun flames of summer
And the icy winds of winter,
Burdened in spirit, worn with travail,
Imploring Thee for the refuge of the grave and denied it – 


For our sakes who adore Thee, Lord,
Blast their hopes,
Blight their lives,
Protract their bitter pilgrimage,
Make heavy their steps,
Water their way with their tears,
Stain the white snow with the blood
Of their wounded feet! 


We ask it in the spirit of love -
Of Him who is the source of love,
And Who is the ever-faithful
Refuge and Friend of all that are sore beset And seek His aid with humble
and contrite hearts.
Amen.



http://academiaparaninfo.wordpress.com/2013/08/09/mark-twain-o-lord-our-father-poesias-escogidas-en-ingles-traduccion-al-espanol/

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