Si es que no puede 
ser. Si es que pico siempre el anzuelo porque voy de buena fe, y luego 
pasa lo que pasa. Que es lo habitual, pero esta vez en Toronto, Canadá: 
el escenario listo para el espectáculo, con la megafonía y Ias luces a 
tope, pantalla gigante de vídeo y el público a reventar el recinto de la
 cosa, y decenas de miles de jóvenes allí, enfervorizados.
Una pasta 
organizativa, pero será que la tienen. Para gastársela. Y yo me digo de 
ésta no pasa, porque tal y como está el patio no queda más remedio que 
mojarse. A ver por dónde sale mi primo. Y en éstas, en efecto, sale el 
artista rodeado por su grupo, o sea, el papa Wojtila, o lo que queda de 
él, con su elenco habitual de cardenales y monseñores para pasarle la 
página del misal y ponerle derecho el solideo cuando se le tuerce. 
Y en éstas agarra el 
micro y yo me digo a ver por dónde empieza: por los obispos pederastas 
que meten mano a los seminaristas y a los feligreses tiernos, o por esos
 ilustrísimas y párrocos que sólo se sienten pastores de ovejas vascas, y
 a las demás que les vayan dando equidistante matarile, o por Gescartera
 y el ecónomo de Valladolid, o pidiendo disculpas y diciendo que no se 
repetirá lo de aquel hijo de la gran puta al que encima pretendieron 
hacer santo, el papa Pío XII, que se retrataba con un gorrioncito en la 
mano, en plan San Francisco de Asís, haciéndose el longuis mientras los 
nazis gaseaban a judíos, a comunistas y a maricones. Aunque a lo mejor, 
pienso esperanzado, il papetto decide abordar temas más actuales y le 
dice a Ariel Sharon que la única diferencia entre él y un cerdo 
psicópata es que Sharon se pone a veces corbata, y a George Bush que 
quien siembra vientos en plan flamenco recoge torres gemelas. 0 a lo 
mejor, en vez de eso, Su Santidad decide al fin tener unas palabras de 
aliento para todos los curas y monjas y misioneros que luchan y sufren 
junto a los desheredados y los humildes, y se juegan la salud y libertad
 y la vida en África, y en América Latina y en tantos otros sitios, 
atenazados tanto por los canallas seglares como por los canallas con 
alzacuello: los superiores eclesiásticos que invierten en bolsa mientras
 a ellos los amordazan y los llaman al orden cuando piden cuatro duros 
para vestir al desnudo y dar de comer al hambriento, o cuando exigen 
justicia para los parias de la tierra,, o cuando proclaman que, si es 
importante salvar al hombre en el presunto reino de los cielos, más 
importante todavía es salvarlo antes en la tierra, que es donde nace, 
sufre y-muere. 0 lo matan. 
Y en ésas, tatatachán, Juan Pablo II se arrima al micro y suelta: «Queridos jóvenes, teneis que ser beatos». Y se queda tan campante. Y los obispos y los cardenales y toda la claque eclesiástica sonríen paternales y mueven la cabeza como diciendo ahí, la fija, qué certero es el jodío, ha dado en el clavo, como de costumbre. Ni follati ni protestati. Canto gregoriano. Beatos, eso es lo que en este momento precisa con urgencia la Humanidad doliente. Y todos los queridos jóvenes -que empiezo a sospechar son siempre los mismos y los llevan de un lado para otro, como los romanos esos de las lanzas en las óperas y los babilonios de las zarzuelas, que dan la vuelta y salen varias veces desfilando como si fueran muchos-, en vez de silbar y tirarle berzas al Papa y acto seguido pegarle fuego al tablado y a la pantalla de vídeo, y colgar a todos los sonrientes monseñores de las farolas más próximas, que es de lo que a mí personalmente en mi propia mismidad me dan ganas en ese preciso instante, se ponen a aplaudir, y a tremolar banderitas -norteamericanas, que ésa es otra-, y todas las Catalinas y Josefinos venidos de las montañas, a quienes, por lo visto, no afecta ni de lejos el tema del aborto, ni la homosexualidad, ni el sida, ni el preservativo, ni la desoladora ausencia de justicia social, ni la infame condición de la mujer en las cuatro quintas partes del mundo, ni el mangoneo imperturbable de los poderosos, ni el protocolo de Kioto, ni el Tribunal Penal Internacional, ni las mafias del Este y el Oeste, ni echar un polvo sin pensar en la procreación cristiana y responsable, sacan las guitarras y se ponen a cantar, ya saben, dú-dúa, qué alegría cuando me dijeron, etcétera. Con ser beatos estamos servidos de aquí a Lima. Incluso más lejos. Y hasta luego, Lucas. Hasta la próxima. Rediós.
Hay días en los que me gustaría ser lansquenete de Carlos V.
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