domingo, 23 de diciembre de 2012

De Misisipi a Madrid, James Yates




 Del blog:
el caos de la palabra.blogspot.com.es
"... Pero de algo estoy seguro: el enemigo no puede ganar siempre. Igual que sale el sol, la gente continúa"



EL ENEMIGO NO PUEDE GANAR SIEMPRE

No llegará nunca a la altura de best-sellers, e incluso ha tenido que publicarse en una editorial como La Oficina, a través de una cosa que no sabíamos que existía como es la Biblioteca Afroamericana de Madrid (BAAM), pero todos estos detalles son consecuencias de lo que el libro nos narra con mucho dolor y con mucha entereza: la intolerancia, el racismo, la huida, la lucha, las ganas de ganar y las consecuencias de perder. De Misisipi a Madrid. Memorias de un afroamericano de la Brigada Lincoln (La Oficina, 2011) son las memorias de James Yates, uno de los pocos brigadistas internacionales negros que llegaron a España para luchar contra su propio destino y que se regresaron a casa, derrotados y heridos (como cualquier republicano), con la certeza y la esperanza de que “el enemigo no puede ganar siempre”.

Desde el más absoluto estremecimiento, el lector digiere la naturalidad de Yates cuando explica su infancia en Misisipi, cuando explica cómo su madre anotó la fecha de nacimiento del hijo en las páginas de una Biblia porque nadie en ese lugar “tenía ningún interés en registrar los nacimientos ni las muertes de los negros”, cuando habla de los linchamientos periódicos hacia las familias negras, de las palizas de los blancos, de la amenaza sagrada del Ku Klux Klan, del remplazo de la esclavitud por un trabajo inhumano pero regulado y del deseo de escapar de polizón en un tren, camino del norte, cualquier noche sin que nadie se enterara. Con la misma naturalidad y con la misma fuerza, aparece el Chicago de los años veinte, las primeras marchas de los sindicatos, el trabajo en las cámaras frigoríficas del matadero, la vigilancia de polacos e irlandeses condenados a la misma marginalidad que los negros, los apartamentos pequeños y oscuros del progreso. Y en este in crescendo de años y de causas, el Nueva York de los años 30, con las manifestaciones en Union Square, el movimiento negro que planificaba el regreso a África para escapar de la violencia racial en Estados Unidos, el refugio de Harlem y las noticias del fascismo universal que atacó Etiopía primero y España después...

De Misisipi a Madrid es, no sólo la crónica de un país como Estados Unidos  cimentado sobre el dolor de las minorías, sino también la historia de una toma de conciencia individual y colectiva. Cómo acaba un negro de Misisipi cenando en el Hotel Londres de Valencia pensando en que al día siguiente tiene que conducir un camión hacia Teruel para proveer de alimentos y munición al frente republicano. Cómo acaba un niño huyendo de su tierra y luchando a vida o muerte a miles de kilómetros por campesinos y trabajadores que ni siquiera hablan el mismo idioma. Cómo acaba un camarero de trenes de los Estados Unidos arreglando coches en uno de los talleres de guerra de Albacete. Porque la opresión, así como la justicia y la libertad, son universales; estas memorias interpretan la Guerra Civil española en clave universal, como lo hicieron miles de brigadistas que llegaron para defender la democracia. Frente a la falacia histórica de que la Guerra Civil enfrentó a hermanos y este país, de alguna manera, venía gestando su propia hecatombe, James Yates habla de España del mismo modo que habla de Estados Unidos; no había diferencia entre las bandas de blancos que ahorcaban públicamente a jóvenes negros en los estados del sur, y los “paseos” al amanecer de campesinos comunistas y socialistas; bajo esas manifestaciones se escondía la misma inercia: el fascismo fue parte de una estrategia mundial de dominación, por parte del poder hegemónico privilegiado, a las clases trabajadoras para impedir los avances sociales, la igualdad, la libertad y la justicia.

Conmueve, no ya estas reflexiones, sino la serenidad de los campos de Valencia, de Aragón, de Albacete, la emoción de los cantos espirituales negros en los trenes a través del miedo, las lágrimas por las noticias que anuncian la muerte de amigos y de familiares, el recuerdo de la maldad (la maldad en términos absolutos) en la infancia, en la ciudad, en la huida... Mil veces recomendable, como ejercicio de verdad y como homenaje sincero a quien luchó por que el bien venciera al mal, y que luchó además por nosotros. "Algunos días se pierde y otros se gana. Y entre tanto, progresos, retrocesos, ataques y contraataques. Pero de algo estoy seguro: el enemigo no puede ganar siempre. Igual que sale el sol, la gente continúa levantándose y luchando por la dignidad humana y la libertad". Con la perspectiva que da la historia, hemos ido ganándole espacio a la crueldad pero ha sido gracias a su dolor.

José Martínez Rubio
Posdata, Levante EMV, 06/07/2012



***


Cuando bajamos del barco, vimos la multitud que había venido a recibirnos. Llevaban pancartas de bienvenida y gritaban “No pasarán”. La radio y los periódicos hacían todo lo posible por entrevistarnos. La gente nos abrazaba, nos besaba y nos daba la mano. Algunos familiares lloraban de alegría. Habían muerto tantos que resultaba reconfortante ver que algunos volviéramos con vida.

Los que habían organizado nuestro hospedaje necesitaron horas para librarnos de la multitud. Nos llevaron al Hotel Grand, situado en la calle 33 con Broadway. Era un hotel pequeño, modesto y limpio.

Algunos hombres ya se habían registrado cuando llegó mi turno. El recepcionista ni siquiera me miró: “Lo siento, ya está completo”.

Uno de los organizadores se adelantó, frunciendo el ceño.

- Pensaba que teníais muchas habitaciones.

El recepcionista repitió, como si yo fuese transparente:

- Está completo.

- ¿Está completo? ¿O quizá es que no aceptáis negros?

El recepcionista permaneció indiferente, con la misma actitud que el tipo que paró a Elijah Collins en la estación de Meridian, Misisipi, muchos años atrás. Dijo: “¡Está completo!”.

Sentía una gran pena. ¿Tan pronto? ¡Acababa de bajar del barco! Tras haber vivido la aceptación en los cafés y hoteles de Francia y España, me sorprendió tener que encajar el golpe tan rápido. El dolor fue más intenso que cualquier balazo. Tenía la impresión de volver a estar en una trinchera. Pero se trataba de otro frente. Ahora estaba en casa.

No estaba preparado para que nadie me dijera que “debía” ir a un hotel en Harlem, a pesar de que era el lugar que más amaba. Mis camaradas hicieron exactamente lo que esperaba de ellos. De inmediato, recogieron sus equipajes y abandonaron el hotel. Finalmente, encontramos habitaciones en Greenwich Village.

En cualquier caso, resultaba difícil aceptar que los hoteluchos con recepcionistas mezquinos me dieran una bienvenida tan humillante de regreso a América. Era una batalla de otro tipo. Aquí no se podía utilizar una pistola. Tenía que ser más duro. Nada, ni siquiera el miedo a morir, me llevaría a repetir un sumiso “sí, señor”.

Algunos días se pierde y otros se gana. Y entre tanto, progresos, retrocesos, ataques y contraataques. Pero de algo estoy seguro: el enemigo no puede ganar siempre. Igual que sale el sol, la gente continúa levantándose y luchando por la dignidad humana y la libertad.
De Misisipi a Madrid, James Yates

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