«El tiempo es nuestro gran aliado»
Israel no puede negociar con los árabes, porque toda negociación desemboca en concesiones, e Israel no tiene que concederles nada.
Si Israel lo quiere todo tiene que dejar pasar el tiempo, dejar que la situación se pudra, que los hombres olviden, que los débiles se marchen, que los desesperados se condenen a sí mismos a la violencia.
... Fue con esa tesis como Sharon fue elegido primer ministro, y durante varios años siguió al pie de la letra el dictado de su propio pensamiento. Hasta que un día descubrió que, efectivamente, el tiempo todo lo daña, incluso a aquello que uno quiere preservar. Fue entonces cuando empezaron a circular los informes alarmantes de los demógrafos israelíes: la población palestina sigue creciendo, a pesar de todo, y su crecimiento es muy superior al de la población israelí. Tan sólo los ultraortodoxos judíos, a los que los demás israelíes desprecian y temen, tienen una tasa similar de crecimiento. El resultado inevitable: si en un par de décadas Israel no se desvincula de los palestinos, los palestinos acabarán por ser la mayoría en el Estado de Israel y sus territorios ocupados, disputándosela a unos fanáticos religiosos. Serán entonces los otros israelíes los que se marchen, los que sean olvidados.
Esta preocupación, y no otra, fue la que hizo a Ariel Sharon empezar a mirar al tiempo de otra manera. De aliado pasó a enemigo. El tiempo no iba ya a construir Israel, iba a destruirlo. Fue así como concibió su plan de «desconexión». No consistía en la creación de un Estado palestino, sino más bien era la delimitación de un Estado israelí como estado judío, como estado étnico. Para ello, el primer paso inevitable era la evacuación de Gaza, donde viven más de un millón de árabes. También era el paso más fácil, porque en Gaza apenas había colonos. Y aún así resultó difícil. Sharon tuvo que enfrentarse a las maldiciones de los rabinos (algunos dicen ahora que su derrame cerebral es el resultado de una pulsa denura, un hechizo rabínico); tuvo incluso que romper su propio partido, donde seguían creyendo lo que él les había enseñado a creer: que el tiempo era su aliado. Lo logró, a Sharon no le llaman «la apisonadora» por nada. Alguien diría que destruir cosas nunca se le ha dado mal.
No está claro qué pasos iba a dar a partir de ahora Sharon. La marca de fábrica de la política israelí no es la intransigencia, sino la ambigüedad, la flexibilidad para con uno mismo. Sharon no ha dicho qué partes de Cisjordania pensaba evacuar ni tampoco lo dirán sus sucesores, posiblemente. Cabe la posibilidad de que también ellos caigan en la vieja tentación de pensar que el tiempo es su aliado.
Olmert, si es que finalmente es él quien le sustituye a la cabeza de su partido Kadima, tendrá suficiente trabajo con mantenerse en el poder, sobre todo en un partido en el que parecen haberse reunido los mayores egos del país: Hanegbi, Mofaz, Livni, y nada menos que Simon Peres¿
Si les gana a ellos primero y luego gana las elecciones, gobernar le resultará difícil, por lo que puede irse a lo fácil, y lo fácil en Israel es no hacer nada. Quizás se atreva a evacuar algún asentamiento; quizá ni siquiera eso y se limite a dejar pasar el tiempo, ese tiempo que Sharon creía su aliado y que ahora ha venido a buscarle a él, justo cuando se había dado cuenta de su error.
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